Hace poco tuve la ocasión de comentarles sobre la adicción que tiene mi esposa por el jugo de naranja y hoy me referiré a otra, Margarita. Les aseguro que la Isla es para ella como una gigantesca bomba de oxígeno, a la que necesita recurrir cada tanto tiempo, a fin de lograr recuperar el equilibrio de vida que ella tanto necesita y que tanto necesitamos, mis hijas y yo, que ella tenga. Pero, en su adicción, no se encuentra sola, por las calles de Caracas deambulan miles de personas con una sola meta en la cabeza, retirarse a Margarita, lo más pronto posible.
Son quienes buscan escaparse de las tensiones de una metrópolis difícil, pero que, al contrario de un Di Caprio, no buscan algo perdido y lejano para aislarse del mundo, sino que ansían que su Playa los mantenga cerca de los suyos y de Venezuela.
Son quienes siguen y discuten cualquier noticia relativa al desarrollo de su refugio, hasta con más ansiedad de la que pueden tener respecto de su actual residencia, ya que ésta es sólo temporal, mientras que la de Margarita será la final.
Son a quienes, si bien les interesa la evolución del turismo en Margarita, más importancia le dan al hábitat de la Isla y tiemblan ante propuestas de alcaldes creativos, como la de construir un bulevar de concreto en Playa Guacuco.
Son quienes en cada nuevo proyecto de construcción, ven la posibilidad de otro esqueleto sin terminar, que por décadas afeará la Isla, de allí que exijan que cada proyecto, antes de iniciarse, presente una fianza de fiel cumplimiento.
Son quienes con sus pagos de derechos de frente, condominio y facturas eléctricas, a tarifas de temporadistas, ayudan a mantener la Isla, sin derecho a voto.
Son quienes saben que no existe otra isla en el mundo que presente esa mezcla ideal de naturaleza y humanidad, capaz de alcanzar el punto de perfección, con la sola presencia del interesado.
Comparto plenamente el sentimiento de mi esposa por Margarita, aún cuando en mi caso particular, entenderán que me resulta más productivo hablar de una adicción por ella y seguirla a donde vaya. Tan es así que, habiendo observado la actitud tanto más favorable y positiva de quienes visitan a Caracas, que la de quienes viven en ella, hace un año decidimos adelantarnos a los acontecimientos y nos “residenciamos” en la Isla... aunque llevamos once meses visitando nuestras hijas en la capital y viviendo en nuestro nuevo “pied-à-terre” caraqueño, que por casualidad es nuestro viejo apartamento.
Para nuestra suerte, el mundo globalizado todavía nos permite una semanita “en casa”, ...en nuestra PLAYA.
PD. A quienes nos visitan en estos días les ruego que aprovechen para ver en Porlamar lo que unos héroes están construyendo para cruceros turísticos, el Puerto de la Mar, un Señor Portal de entrada a Venezuela. Si les cuento que el apoyo unánime que debería tener tal proyecto se diluye por quienes consideran que “instalaciones” como las de Guamache son suficientes para recibimientos dignos, entenderán que en “L´aila”, también sufrimos de mentes de pollo.